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Brasil: la revolución de la pureza cacerolera


En esta ocasión haré algo poco recomendable: hablaré en primera persona.

Voy a hablar de experiencias que recuerdo. Viví en Brasil la gran parte de la década de los años 1990 y, salvo durante el proceso de recall de Collor de Mello (1992), no conocí movilización ni protesta social masiva de ninguna clase. Más allá de que a Collor de Mello le hayan «soltado la mano» cuando empezó a hablar de la necesidad de una Ley de Medios para Brasil, cosa que poca gente recuerda, fueron los escándalos de corrupción en su gobierno los que dispararon las multitudinarias movilizaciones que quedaron conocidas como los «carapintadas» y que nada tuvieron que ver con el levantamiento militar que se conoció en Argentina por el mismo nombre algunos años antes. En Brasil eran los civiles los que se pintaban las caras de verde y amarillo para exigir el impeachment del presidente, cosa que finalmente se logró en octubre de 1992.

Pero sucede que Fernando Collor de Mello había sido un ensayo general de lo que estaba por venir. En el nuevo gobierno provisional que se formó tras su dimisión, fue designado al frente del Ministerio de Economía un sociólogo que había estado relacionado con sectores de la izquierda en el pasado e incluso fuera empujado hacia el exilio en Chile durante la dictadura militar brasileña (1964/1985). Fernando Henrique Cardoso supo aprovechar su designación para poner en marcha el plan maestro que habría de catapultarlo a la presidencia del país dos años más tarde. Fue el Plan Real, que cambió la moneda de Brasil y la revaluó respecto al dólar norteamericano, poniendo coto a la hiperinflación que había sido la pesadilla de los brasileños hasta entonces. Al estabilizar la economía nacional, Cardoso logró ser electo sin mayores problemas, en primera vuelta y con el 54.2% de los votos. Su popularidad era entonces inmensa, ya que supo derrotar al enemigo público número uno del momento: la volatilidad de la economía que hacía estragos en el bolsillo de la mayoría.

Con estos niveles de legitimidad, Cardoso procedió entonces a llevar a cabo todos los lineamientos del Fondo Monetario Internacional: ajuste fiscal, privatización de virtualmente todas las empresas del Estado, cierre progresivo de servicios públicos fundamentales como salud, educación y asistencia social, toma de deuda externa a niveles nunca antes conocidos y un largo etcétera. No hace falta decir que, tras los ocho años de mandato de Cardoso, Brasil no era ya el mismo. La brecha entre los más ricos y los más pobres nunca fue tan grande y el Estado nunca fue tan chico.

Resulta que durante esa década de los 1990 larga (1989/2002), Brasil fue víctima pasiva de un vaciamiento progresivo que quizá solo pueda ser comparado al que tuvo lugar en Argentina durante el mismo periodo. Se enajenó prácticamente todo sin que nadie opusiera mucha resistencia. Salvo por las denuncias del Partido de los Trabajadores (PT), que hoy está en el gobierno, partido que puso en el cielo el grito de que Cardoso era funcional a los intereses del FMI y estaba vendiendo el país por dos monedas (la empresa minera Vale do Río Doce, una de las tres más importantes del mundo, fue entregada a inversores privados por menos del 10% de lo que realmente valía), nadie se acordó de tomar las calles para impedir que esto pasara. No había indignados. El 1990 fue una década de muchísima estabilidad política en Brasil. Una estabilidad que se podía comparar a una «paz de los cementerios». Nadie salió a protestar, todos en sus casas disfrutando de su televisión por cable y de otros «milagros» que el neoliberalismo importaba del Norte desarrollado.

  

Pero resulta que ahora son todos «revolucionarios». Tienen un gobierno que recupera el patrimonio del Estado y el trabajo, contra viento y marea, pero se ponen todos el traje de rebelde de Anonymous y salen a tocar cacerolas a la calle; tienen planes sociales que empiezan a corregir las distorsiones y reducir la brecha entre ricos y pobres (que en Brasil es más grande que en cualquier otra parte), pero ponen como excusa el aumento en la tarifa del transporte público para desestabilizar al gobierno que puso en marcha esos planes sociales; tienen un gobierno que impulsa la unión con los demás países de Latinoamérica, para lograr autonomía respecto al imperialismo de las grandes potencias, pero argumentan que hay demasiada corrupción y piden que el gobierno se vaya. Luego esa gente careta, cobarde y pequeño burguesa concluye que en los años 1990 no había corrupción, no hubo tarifazos y Brasil tenía los mismos indicadores socio-económicos que, digamos, Noruega o Finlandia. Pero yo, que estuve allí y tengo esta memoria de elefante (como diría Discépolo), les recuerdo lo siguiente:
  • No solo hubo más corrupción en los años 1990 que ahora, sino que también destituyeron a un presidente a raíz de esa corrupción y después cuatro o cinco tipos se quedaron con todos los vueltos de las privatizaciones de F. H. Cardoso.
  • Las tarifas de servicios públicos, como el transporte, subían R$0.10 por mes de modo constante. Pero como eran tan solo 10 centavos mensuales, creo que no era conveniente ni valía la pena salir a protestar...
  • La miseria y la pobreza durante los dos mandatos de F. H. Cardoso alcanzaron niveles inauditos, incluso para un país que conoce muy bien la miseria y la pobreza.
Así que no me vengan con esas excusas del sentido común apolítico de cuarta: ustedes son unos pequeños burgueses egoístas, al igual que los caceroleros de Argentina o los majunches de Venezuela y están absolutamente manipulados por los medios para intentar destituir al PT del gobierno y volver a implementar políticas que respondan a los intereses de los organismos multilaterales de crédito (FMI) y del capitalismo financiero apátrida en general. No se hagan los revolucionarios, muchachos: no pasan de meros peones al servicio de los poderosos.

Revolución son los pibes que están comiendo, allí donde antes no comían.



Aviso a los compañeros y camaradas: no debemos agitar con las noticias que vienen de Brasil como si lo que estuviera pasando allí fuera una suerte de «Primavera de Praga». No es nada por el estilo. Parece tratarse de una operación de la Rede Globo (que vendría a ser el equivalente a Clarín en nuestro país o de Globovisión en Venezuela, pero quizá con una hegemonía aun mayor) disimulada entre reclamos legítimos por un aumento de tarifas en el servicio de transporte público urbano de la ciudad de Sao Paulo y por las inversiones realizadas en las obras para recibir al Mundial de Fútbol de 2014. No caigamos en la trampa de pensar que aquello es un conato de revolución social ni nada por el estilo: estamos ante una movida más de la derecha reaccionaria que, a través de los medios de comunicación afines a su ideología liberal, manipulan a un sector de la sociedad —mayoritariamente pequeñoburgués— para lograr la destitución del Gobierno nacional. En Argentina ya tenemos muy visto ese tipo de operaciones mediáticas y si bien es cierto que lo que se reclama es justo, como dijimos anteriormente, nada de esto no es motivo para que algunos grupos intenten invadir el Congreso y mucho menos para destituir a Dilma Rousseff. Por lo tanto, se le pide al que fuere buen kirchnerista y/o chavista que reciba la información proveniente de Brasil críticamente. No repitan lo que van a escuchar en los medios sin analizarlo críticamente. Recuerden que la derecha monopoliza los medios de comunicación en todo el continente y que, sobre todo en Brasil, están todavía muy lejos de una Ley de Medios. En nuestro deber el defender la unión de la naciones democráticas de América Latina, de la que el Brasil de Lula y Dilma Rousseff es el principal baluarte. ¡No hagamos el juego de la derecha imperialista! ¡No pasarán!
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