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La importancia de llamarse Cámpora

Por Palermo Bronx

En los últimos años, La Cámpora ha sido objeto de análisis por parte de prácticamente todos los intelectuales de café que hayan pasado por los estudios de TN y de Canal 13 (previo cobro por ventanilla del cachet correspondiente, por supuesto). La Cámpora ha sido bombardeada reiteradamente por Mariano Grondona, por Marcos Aguinis y por otros pesos pesados de la ideología reaccionaria, y también demonizada por Martín Caparrós, por Beatriz Sarlo y por otros intelectuales que se dicen progresistas pero no lo son tanto, después de todo. ¡Se ha escrito incluso un libro sobre La Cámpora! Sus militantes han estado presentes en los hechos más importantes de la historia reciente de este país y, en cada una de esas ocasiones, fueron vilipendiados, insultados y calumniados por los medios de comunicación. Estos medios concentrados del poder fáctico han descargado arsenales de mentiras sobre La Cámpora para tratar de ensuciar y descalificar a sus referentes. Finalmente, para la pequeña burguesía cacerolera que gusta de repetir hasta el cansancio el sentido común de la clase dominante, La Cámpora ha sido, invariablemente, el blanco favorito para la canalización de su odio. De todo esto se desprende una conclusión posible: La Cámpora es mucho más importante de lo que solemos pensar. Si no lo fuera, no harían correr ríos de tinta por ella. Nadie se desviviría por ella.

Pero, ¿qué es La Cámpora? ¿Es, como dice Doña Rosa, un semillero de cuadros militantes del kirchnerismo para la conquista del poder absoluto? ¿Es una suerte de mafia creada con el único fin de arrebatar la mayor cantidad posible de cargos estatales, como afirma Jorge Lanata? ¿O son las juventudes hitlerianas del Diario La Nación?

Sin querer polemizar con Doña Rosa, y mucho menos con Jorge Lanata, periodista con el que no podemos discutir por el nivel de su argumentación (!), podemos definir a La Cámpora en tan solo dos palabras: poder territorial. Y que por esta razón, la de ser poder territorial puro y duro, algunos le tienen mucho miedo.
  • Le tienen miedo a La Cámpora los políticos sectarios, los Julio Bárbaro, las Elisa Carrió, las Patricia Bullrich y los Jorge Altamira, acostumbrados a hacer política únicamente desde la comodidad de los estudios de radio y televisión, donde los atienden con masitas, café (a veces algún champán) y otras amabilidades mientras brindan a la audiencia con sus conjeturas absolutamente ajenas a toda realidad objetiva. Para estos dirigentes sin construcción política real, es decir, territorial, en el barrio y en la calle, los militantes de La Cámpora son harto inoportunos y no resulta demasiado difícil comprender el por qué de esto.
  • Tienen miedo también los periodistas mentirosos, matones a sueldo de las corporaciones, que ven como los militantes de La Cámpora van por los barrios abriéndoles los ojos a la gente que antes solía consumir el humo vendido por esos periodistas como si se tratara de información fidedigna. Sí, muchos fueron los que cambiaron de canal o directamente apagaron el televisor gracias al trabajo de hormiga que hacen los muchachos de La Cámpora. Tenembaum, Bonelli y compañía se quedan sin negocio... ¿cómo no van a odiar a La Cámpora?
  • Los oligarcas de siempre, finalmente, le temen mucho a La Cámpora. Es que acostumbrados a poner, sacar y volver a poner para volver a sacar gobierno tras gobierno, según su propia conveniencia y ante la pasividad de la sociedad en general, se ven ahora estorbados por unos imberbes. Con La Cámpora en el territorio, ya son menos los que repiten sin pensar consignas absurdas como «todos somos el campo» y «qué se vayan todos». Y son más los que abandonaron la pasividad y se interesaron por la política, desde donde se puede ver con claridad cuáles son los intereses reales de una oligarquía que suele vestirse de peón, hablar de escudo y bandera, y a la patria hacer traición.

Si bien sería liviano afirmar que los jóvenes han desplazado al trabajador como sujeto histórico de las transformaciones sociales, no parece ser del todo imprudente decir que juventud ha sido fundamental en las movilizaciones populares en los últimos 40 años, para bien o para mal. Los jóvenes quieren participar y tienen la energía y el tiempo disponibles para hacerlo activamente. Este es un hecho. Ahora bien, pueden hacerlo de manera constructiva o de manera destructiva («para bien» o «para mal», como se decía).

Y aquí está lo fundamental de esta cuestión: en Brasil no existe una agrupación similar a La Cámpora, esto es, una agrupación en la que jóvenes de clase media (en su mayoría estudiantes secundarios y universitarios) tengan cabida y puedan participar en la política de modo orgánico y constructivo. La partidocracia brasileña no permite la coexistencia de agrupaciones políticas con las rígidas estructuras partidarias. Entonces la juventud queda librada «al azar», desorganizada y es, finalmente, carne de cañón para los medios de comunicación masivos. Mientras en Argentina los jóvenes de La Cámpora salen a realizar trabajo comunitario en los barrios, pensando en el otro que es la Patria, los jóvenes anarquizados de Brasil escuchan en los medios o se enteran en Internet de que hay protestas y allí van a destruirlo todo, creyéndose además unos revolucionarios. Piensan que están protestando contra un tarifazo o contra la corrupción y terminan siendo funcionales al poder fáctico que detesta la política.

En resumen: desde el Mayo Francés, en 1968, y el Cordobazo, al año siguiente, es una realidad la participación de los jóvenes en la política. Salen y saldrán a calle una y otra vez, y depende de la política el integrarlos y convertir su voluntarismo en voluntad constructiva, o ignorarlos y padecer su furia destructiva. Es mucho más revolucionario un joven de La Cámpora pintando una escuela de suburbio que un joven brasileño vandalizando la urbe sin saber por qué lo hace, diría un Jauretche, si aún hubiera Jauretches en este mundo.
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